Ya no queda dónde escondernos, ni cómo negarlo o fingir. Este mundo, nuestro amado mundo, es un desastre. No un desastre como un pastel caído, ni el desorden encantador de una pista de baile vibrante —aunque gracias a Dios, ambos placeres aún existen en algunos rincones del planeta—, sino un estado de cosas desordenado, o una condición confusa y llena de dificultades, por citar a los sabios del Oxford Dictionary.

Pero hemos cruzado la línea del desorden hacia la violencia. De la confusión a lo desconcertante, en contradicción con los principios que nos han guiado por siglos. La decencia está en riesgo. Y también lo están la comprensión, la compasión y la civilidad. Cada vez se vuelve más difícil mirar a los jóvenes adultos de mi vida con entusiasmo, con optimismo, con una sonrisa plena. La alegría viene teñida de tristeza. La felicidad, de miedo. El entusiasmo, de duda. Ningún sentimiento es puro. Ningún momento está libre de la rabia y la injusticia que recorren nuestras tierras.

Pero la esperanza… eso sí puedo ofrecer. No la esperanza fantasiosa de que todo estará bien. Ni la que cree que el bien siempre triunfa sobre el mal. Tampoco la que se conforma con agachar la cabeza hasta que todo se calme.

No… no esas ilusiones.

Sino una esperanza basada en la comprensión de que podemos actuar para abrir la posibilidad de un futuro mejor. Esa esperanza, esa noción pragmática basada en la acción, es la que abrazo por completo. Esa esperanza está disponible con solo un pequeño cambio de atención:

el cambio de ver solo la oscuridad, a también ver la luz;

el cambio de habitar nuestros miedos, preocupaciones y dudas, a recordar nuestras fortalezas;

el giro de apagar las noticias por momentos, para buscar historias de lo mejor de nosotros en acción;

el cambio de elegir el victimismo, a asumir un liderazgo personal;

el cambio del cinismo al movimiento positivo.

Nick Cave, padre, músico, compositor y defensor de este mundo hermoso, nos recuerda que “la esperanza es una emoción guerrera”, y se hace evidente en cada pequeño acto de cuidado entre nosotros.

Esa es la armadura que debemos ponernos. Ese es el escudo que debemos cargar… y pasar a quienes vienen detrás.

Y también esto de Howard Zinn:

“Tener esperanza en tiempos difíciles no es solo un acto romántico ingenuo.

Se basa en el hecho de que la historia humana no es solo una historia de crueldad, sino también de compasión, sacrificio, coraje y bondad.

Lo que elijamos destacar en esta historia compleja determinará nuestras vidas.

Si solo vemos lo peor, se destruye nuestra capacidad de actuar.

Pero si recordamos aquellos tiempos y lugares —y son muchos— donde las personas se comportaron de forma magnífica, eso nos da la energía para actuar, y al menos, la posibilidad de que esta peonza llamada mundo gire en otra dirección.

Y si actuamos, aunque sea en una forma pequeña, no tenemos que esperar un gran futuro utópico.

El futuro es una sucesión infinita de presentes, y vivir ahora como creemos que los seres humanos deberían vivir, desafiando todo lo malo que nos rodea, es en sí mismo una victoria maravillosa.”

Y esto de Anne Lamott:

“La esperanza comienza en la oscuridad, esa esperanza terca que insiste en que, si uno simplemente se presenta y trata de hacer lo correcto, el amanecer llegará. Esperas, observas y trabajas: no te rindes.”

Obsérvese aquí el énfasis en mirar y actuar, en prestar atención y hacer lo que uno puede.

Nadie por sí solo puede resolver todas las locuras que emergen en nuestro mundo. Y sin embargo, una sola persona puede marcar una diferencia aquí, en su comunidad, en su vecindario.

Ninguno de nosotros, por sí solo, puede detener los misiles que vuelan ahora, o las armas que se cargan para herir mientras otros duermen.

Ninguno de nosotros puede, por sí solo, traer un amanecer de paz o de bondad a todos los rincones del planeta…

Y aun así, cada uno de nosotros puede contribuir a que el próximo momento sea mejor.

Podemos ser el árbol iluminado, la manta cálida, el suéter que reconforta.

Podemos ser la voz sensata en la noche, el toque suave al amanecer, y el guerrero cubierto de esperanza durante el día.

Somos quienes deben proteger, cuidar y avanzar en nombre de la bondad.

Sabemos ser feroces y gentiles, reflexivos y apasionados, infinitamente amables y luminosamente perseverantes.

Somos los héroes de hoy.

Nuestro tiempo para cuidar el mundo y cuidarnos los unos a los otros es ahora.

No hay otro momento, ni otro llamado.

 

Con amor,

Maria


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