// Por Nicole Fuentes//
Si tuvieras que explicarle a un marciano quién eres más allá de tu nombre, edad, profesión, estado civil, lugar de nacimiento y plato de comida favorito, ¿Qué tan bien podrías hacerlo?
Déjame preguntártelo de otra manera…
Si tu vida dependiera de la precisión y autenticidad con la que describieras quién eres en todos los aspectos de tu vida, en otras palabras, si dependiera de tu autoconocimiento, ¿Te salvarías?
Antes de que respondas, considera las siguientes preguntas…
¿Cuáles son las emociones que más experimentas?, ¿Dónde sientes la alegría, dónde la desilusión y dónde la culpa?, ¿Qué te gusta hacer?, ¿Qué te da miedo y qué te inspira?, ¿Qué tipo de personas o situaciones te sacan de tus casillas?, ¿Cómo reaccionas cuando te sientes amenazado y cómo cuando te sientes feliz?, ¿Cuáles son tus fortalezas de carácter, tus talentos e inteligencias dominantes?, ¿Qué te cuesta mucho trabajo hacer?, ¿Cómo respondes a las agresiones?, ¿Qué haces después de recibir una mala noticia?, ¿Cómo pasas el tiempo libre y cómo te gustaría pasarlo?, ¿Cuáles son tus valores personales?, ¿Qué quieres lograr en la vida?, ¿Qué te quita el sueño y por qué?, ¿Te gusta estar rodeado de gente o más bien sólo?, ¿Eres optimista o pesimista?, ¿Qué es lo más importante para ti?, ¿Cómo manejas la incertidumbre?, ¿Qué te apasiona?
Ahora si… ¿Te salvarías?
Preguntarnos quién somos -en todas nuestras tonalidades- es para mí, como adentrarse en un océano profundo al que resultaría imposible conocerle cada cueva. Y sin embargo, es muy importante bucear hacia el fondo, aunque nos incomode, para tratar familiarizarnos con él.
En el estricto sentido de la palabra no necesitamos del autoconocimiento para vivir, pero sí para tener una vida plena, exitosa y feliz.
El autoconocimiento está en el corazón de la inteligencia emocional y es la habilidad para reconocer nuestras emociones, pensamientos, valores personales y sus efectos en nuestra manera de vivir.
Las personas altas en autoconocimiento tienen una compresión sobresaliente sobre qué hacen bien, con qué recursos personales cuentan, qué los motiva y satisface. Saben qué personas o situaciones los alteran y cómo tienden a reaccionar ante diferentes estímulos y eventos.
La falta de autoconocimiento es muy común y puede manifestarse de varias maneras.
Como una discrepancia entre lo que pensamos de nosotros mismos y lo que las personas a nuestro alrededor ven. Un líder convencido de que es amigable y está disponible para su equipo, cuando la evidencia muestra que no responde los correos electrónicos y mantiene su puerta cerrada; una mujer agobiada porque le cargan la mano en la familia, sin darse cuenta que a todo se apunta y a todo dice que sí; un niño indignado al ser enviado a la oficina del director por no haber hecho “nada”, cuando participó en el pleito tanto como su contraparte; un alcohólico que asegura no tener un problema con el trago.
Un pobre autoconocimiento puede estar detrás de oportunidades que dejamos escapar por no reconocer los recursos que tenemos para aprovecharlas, o de equivocaciones recurrentes porque no visualizamos cómo nuestro comportamiento contribuye al mismo resultado adverso de siempre.
Cuando no logramos traer a la conciencia e identificar el vínculo entre lo que pensamos, sentimos y hacemos, vivimos reaccionando a los estímulos y sin meter las manos para cambiar el rumbo de nuestros destinos.
Va un ejemplo.
Imagínate que tuviste una pésima tarde. Tu jefe estuvo furioso todo el día, te chocaron, no salió la venta, se mojó tu teléfono, lo que quieras. Llegas a casa y encuentras que tus hijos están jugando a ser caballos, convirtieron la sala en una pista de salto, relinchan y corren desbocados por las escaleras. Además, es el final del verano y justo anunciaron que el comienzo a clases se retrasa una semana.
¿Qué haces?
Opción 1. Se te suben los colores, gritas que dejen de correr, los castigas por haber usado los cojines del sofá para fabricar obstáculos, les quitas el iPad y los mandas a su cuarto… sin cenar.
Opción 2. Los evades, vas directo a servirte un whiskey doble para limar los bordes, te encierras en tu recámara y te olvidas… ¿cuáles niños?
Opción 3. Jalas aire, saludas y dices que necesitas un tiempo fuera. Buscas un espacio para relajarte unos minutos, sólo tú sabes el tiempo que necesitas.
La opción 1 refleja una ausencia de autoconocimiento. No lograste reconocer que tu molestia no era provocada por el juego de tus hijos, sino por el evento negativo previo a llegar a casa. Actuaste por impulso y no manejaste correctamente tus emociones.
La opción 2 es una anestesia emocional. Una copa de vino, un cigarro, naufragar en internet, darle vueltas a la página de Amazon, dormir en exceso, apostar son ejemplos de anestesias que usamos para no sentir o evadir nuestras emociones. Tapamos lo que sentimos, en lugar de reflexionar sobre el por qué de la emoción y no resolvemos la causa raíz.
La opción 3 muestra inteligencia emocional y uso de autoconocimiento. Sientes el deseo de gritar a tus hijos, porque eso es lo que dictan tus emociones. Sin embargo, notas que ellos no tienen nada que ver. Entiendes que tu enojo es el resultado de una mala tarde y no de su juego. Quizá, incluso, les explicas qué sucedió y les pides que bajen el volumen mientras te relajas un rato.
En el mundo ideal lograríamos responder a las situaciones de nuestro día a día de manera congruente con la opción 3.
¿Cómo podemos desarrollar la habilidad del autoconocimiento?
Existen muchas estrategias que podemos poner en práctica para conocernos mejor. Hoy te comparto una que me parece especialmente útil y dejo para la siguiente publicación algunas herramientas más.
Se llama la Rueda del Autoconocimiento y aplica para cualquier situación… haciendo fila para comprar hamburguesas en el estadio durante el medio tiempo, sentado en el consultorio médico mientras esperas resultados, antes de una reunión de trabajo o mientras tu suegra te explica cómo deberías educar a tus hijos.
Consiste en hacerte cinco preguntas:
- ¿Qué percibo con mis sentidos? Identifica olores, sabores, sonidos, imágenes y sensaciones físicas que estás experimentando.
- ¿Qué pienso? Suposiciones, expectativas, creencias, interpretaciones, evaluaciones, opiniones sobre lo que estás viendo o escuchando.
- ¿Qué siento? Ponle nombre a las emociones que estás sintiendo… Felicidad, enojo, impaciencia, frustración, miedo, entusiasmo, sorpresa, culpa, etc.
- ¿Qué quiero? Define aspiraciones, sueños, objetivos, intenciones.
- ¿Qué acciones voy a tomar? Planes, promesas, estrategias, conductas.
Tener la capacidad para responder a estas preguntas, sin importar cuál sea el evento o situación en que estamos, significa que tenemos autoconocimiento.
Sin autoconocimiento no tenemos respuestas y entonces alguien más decide por nosotros, desde qué comemos, a qué nos dedicamos, a dónde vamos de vacaciones, qué tipo de actividades hacemos, qué tipo de amistades tenemos, con quién nos casamos y qué carrera tenemos que elegir.
Sin autoconocimiento andamos por la vida sin saber qué nos mueve, a dónde vamos o dejando que decidan por nosotros, lo cual tarde o temprano, se traduce en depresión, apatía, frustración, aburrimiento y todo lo que van en este cajón.
Conocernos bien nos permite dirigir nuestra vida hacia un destino auténtico y congruente con la persona que somos, pero sobretodo, con la que queremos ser.