//Por Nicole Fuentes//
Así como podemos aprender a patear un balón en cierta dirección, a memorizar una secuencia de pasos para bailar merengue o a hablar en italiano… también podemos aprender a ser más optimistas.
El optimismo tiene que ver con el tipo de explicaciones que damos a los eventos en nuestras vidas y podemos desarrollar una perspectiva más positiva utilizando ciertas técnicas de combate para retar los pensamientos automáticos.
¿Qué más podemos hacer para desarrollar la habilidad del optimismo?
Me parece que lo primero es hacer un “check-in” personal para identificar dónde estamos parados.
Hace poco escuché decir a alguien que las personas se dividen en dos grupos: las que dividen a las personas en dos grupos y las que no. En este sentido, podríamos dividir al mundo en optimistas y pesimistas. Sin embargo, el asunto no es tan binario. Es más parecido a 50 sombras de optimismo.
Algunos somos optimistas para unas cosas y pesimistas para otras. Yo, por ejemplo, soy de corte pesimista cuando me enfermo o tengo que hacerme análisis médicos, pero optimista cuando se trata de alguien más. Pero incluso en este departamento tengo matices… soy mucho más optimista cuando se trata de un conocido que cuando tiene que ver con una de mis hijas. Sigo tratando de entender por qué.
Algo parecido sucede con el avión. Me quedo perfectamente tranquila cuando mis personas favoritas viajan por el cielo anticipando que todo saldrá bien; sin embargo, me pongo en modo catastrofista cuando soy yo quien tiene que volar.
Dice Elaine Fox, Directora del Departamento de Psicología de la Universidad de Essex, que en el optimismo hay niveles: grande, pequeño y micro. La talla que elegimos depende de nuestro estado de ánimo y de la intensidad de ciertas situaciones. “Grande” cuando hacemos una evaluación general de nuestra vida y concluimos que las cosas van bien, que éste es un buen momento para vivir y tenemos una visión alentadora del futuro.
“Pequeño” para circunstancias específicas del día a día, por ejemplo, aprobaré el examen, terminaré el proyecto, estará divertida al fiesta. “Micro”, la versión mínima necesaria, el sentimiento reconfortante de que sobreviviremos el rato, el lunes o la rabieta de cierto personaje.
Con lo anterior, me interesa dejar sobre la mesa que el optimismo no es un tema de absolutos y que un primer paso para desarrollar un pensamiento más positivo consiste en conocer nuestras muy personales tonalidades.
Ahora sí, hablemos de algunas estrategias.
Visualizar escenarios donde el éxito es posible. Alcanzar nuestros objetivos o lograr una meta empieza con una imagen mental de triunfo. Nuestro cerebro es una máquina brillante que traduce las imágenes que le dibujamos en pasos específicos a seguir para convertirla en realidad. El nombre elegante para esto es “profecías auto realizadas”.
Supongamos que un niño va a jugar la final de soccer y está absolutamente convencido de que van a perder, ¿Cómo es su comportamiento?. De entrada no encuentra el uniforme, su mamá lo jala o lo empuja para sacarlo de casa, se queda parado en la cancha… ¿Para qué correr? y con este comportamiento irónicamente vuelve mucho más probable la derrota.
Ahora pensemos en el caso contrario. Un niño que jugará la final y está seguro de que su equipo será campeón… Duerme con el uniforme puesto, jala o empuja a su mamá para salir de casa, defiende, ataca, corre por toda la cancha y, con suerte, evita un tiro a gol. Sus acciones elevan las probabilidades de victoria. Creer que algo es posible lo hace un poco más cierto.
Rodéate de gente positiva. La ciencia ha mostrado que el estado de ánimo de las personas a nuestro alrededor nos afecta. ¿Te has dado cuenta de lo que sucede cuando tu mamá está alegre y de buen humor?, ¿Has notado cómo cambia tu energía luego de pasar tiempo con una persona tóxica? Las emociones son altamente contagiosas. Si lo tuyo no es el optimismo, entonces decide pasar más tiempo con personas que puedan trasmitirte una visión más positiva acerca de lo que te sucede.
Aliméntate de información positiva. No hay razón alguna –si no eres jefe de policía- para iniciar el día enterándote de las historias trágicas de la madrugada. En aquellos años en que Monterrey atravesaba por una crisis fuerte de seguridad, recibí un consejo que sigo hasta la fecha: si no piensas hacer algo al respecto o no puedes hacer algo al respecto, mejor no sigas las noticias. Con esa simple acción logré reducir mi nivel de ansiedad considerablemente. Es mucho mejor empezar el día en silencio, con música o meditando.
Un día sin quejas. Es importante destruir el hábito que tenemos tatuado hasta los huesos de quejarnos. Nuestro estado de ánimo está fuertemente influenciado por todo aquello en lo que concentramos nuestra atención. Las palabras son poderosas. Si empiezas a repetirte una y otra vez “estoy cansada”, pronto empezarás a sentir que disminuye tu energía y comienzas a bostezar. Cambiando nuestro lenguaje podemos mejorar nuestra sensación de felicidad. Te reto a que pases un día entero sin quejarte… bueno, media hora.
Practica la gratitud. El objetivo de algunas profesiones es detectar problemas, arreglar lo que está roto, curar enfermedades, identificar defectos, anticipar escenarios negativos. Las personas en estas disciplinas son más propensas a sentir insatisfacción o a caer víctimas del desgaste o “burn-out”. En estos casos es especialmente importante practicar la gratitud. Dedicar tiempo a destacar lo bueno, lo que sí salió, lo que sí se pudo.
Deshazte del mito de que prepararte para el peor escenario posible es una buena estrategia para vivir. Con esto no quiero decir que debemos ser irresponsables y dejar todo a la suerte. Hay quienes argumentan que es útil prepararnos para el peor escenario posible pues así lograremos minimizar su impacto si sucede. En realidad este método es poco efectivo… ¿Quién en verdad puede preparase para recibir la noticia de la muerte de un familiar o un diagnóstico poco esperanzador? El impacto de la noticia es prácticamente el mismo, pero dejamos de disfrutar el momento presente.
Entrenar para cambiar nuestros estilos de explicación, combatir los pensamientos automáticos e incorporar algunas de las estrategias en este artículo mejoran la calidad del lente a través del cuál vemos nuestra vida. Y si nuestro lente mejora, aumentan la felicidad y la tranquilidad.