Por Nicole Fuentes
La semana pasada tuve la oportunidad de escuchar a Margarita Tarragona, experta en Psicología Positiva, hablar sobre el papel tan importante que juegan las historias que nos contamos a nosotros mismos en nuestro bienestar emocional.
Margarita compartió con nosotros muchas ideas muy interesantes, pero a mi me dejó pensando una en especial: “el yo posible perdido”, “las identidades posibles perdidas” o “las versiones posibles de mi que no fueron”.
Lo que nunca fue, lo que casi fue, lo que dejó de ser… Todo eso que tiene un lugar en el cajón de los “hubieras”.
El “yo posible” se define como una representación personalizada de una meta de vida importante.
Nuestras identidades posibles perdidas son, entonces, una representación personalizada de una meta de vida importante que no se cumplió y pueden tener muchas formas y colores.
Quizá soñabas con casarte para formar una familia, pero no encontraste o no has encontrado a la persona indicada; aspirabas a ser bailarina profesional, pero tuviste que retirarte antes de tiempo por una lesión; deseabas estudiar arte, pero te obligaron a estudiar ingeniería; terminaste una carrera, pero no la ejerciste porque te dedicaste al hogar; soñabas con ser abuela, pero tus hijos no quisieron ser padres; pensabas que tu matrimonio era para toda la vida, pero terminó; querías ese puesto en la empresa, pero se lo dieron a alguien más; querías ser piloto de aviones, pero el examen de vista que te hicieron como parte del proceso de admisión te descartó como candidato.
Me puse a pensar en mis versiones posibles que nunca fueron y pude sentir su peso. Me di cuenta que cargo con ellas, las tengo guardadas en el fondo de algún rincón; pero de vez en cuando, salen para dibujarse en mi mente y despiertan emociones incómodas.
También pensé que sería bueno despedirme de todas ellas, dejarlas ir para andar más ligera, para disfrutar de mis versiones que sí son, hacerle lugar a nuevas versiones posibles o simplemente para ser mi mejor versión el día de hoy. Algo así como cuando sacamos del clóset la ropa que nunca usamos.
Laura King, académica de la Universidad de Missouri, explica que pensar en lo que pudo ser o en un yo posible perdido es receta para el arrepentimiento, la decepción, humillación, tristeza y el enojo. Cuando nos atrapa el “hubiera” nuestro bienestar se deteriora.
La desilusión, los contratiempos, cambios de dirección, los errores son parte de la vida y, sin duda, pueden ser muy duros. Al mismo tiempo, reconocerlos y asimilarlos puede convertirse en una oportunidad de transformación y en una señal de madurez.
Es importante despedirnos de lo que pudo ser o de quien pudimos ser. Para avanzar es necesario decirle adiós a los planes que no se hicieron, a las promesas no cumplidas, soltar los sueños que quedaron solo en eso y hacer las paces con situaciones que no queríamos, pero que igual llegaron.
Logramos ser personas más felices cuando reconocemos las pérdidas –identidades posibles que no fueron-, pero no nos dejamos consumir por ellas y nos mantenemos enfocados a las metas presentes -en nuestra mejor versión posible- y creemos que algo bueno está por venir.
Una estrategia que puede funcionar es escribirle una carta de despedida a cada una de esas versiones de nosotros mismos que no pudieron ser o a esa versión que más nos duele no haber sido.
Elaborar sobre ese posible yo que se perdió, reconocerlo, darle las gracias y luego dejarlo ir potencialmente pude liberarnos, mejorar nuestra sensación de felicidad y fomentar nuestro crecimiento personal.
Cuando era una niña tuve que despedirme de esa identidad mía que encontraría la manera de comunicarse con la mente de los animales pero que nunca se hizo realidad. Unos años después tuve que decirle adiós a mi versión posible de gimnasta que iría a las olimpiadas porque nunca superó el miedo a la viga de equilibrio. Más adelante dejé ir a mi yo posible de fotógrafa y escritora de la revista National Geographic para convertirme en economista de profesión dedicada a los datos duros y al mundo corporativo. A esa versión… la abandoné también. También quise ser tía consentidora de todos mis sobrinos, pero la vida me los puso lejos.
Parte de la magia está en nuestra capacidad de rediseñarnos. Nunca descifré el lenguaje de los animales, pero igual hablo con mis perros. No me convertí en gimnasta profesional, pero el ejercicio es un eje central de mi vida. No fui fotógrafa ni escritora de National Geographic, pero tomo fotos y escribo este blog. No me dediqué a la economía, pero encontré la manera de usar lo que aprendí ahí en otra área de las ciencias sociales.
En fin, hay muchas versiones de mi misma que se quedaron en el tintero, pero que dejaron la huella del “y si hubiera…”. Aún tengo pendiente despedirme de varias.
Me parece que un par de preguntas que pueden ayudarnos en estos procesos de remodelación personal son: ¿Qué parte de lo que quería ser me acompaña hoy, me ayuda a sentirme bien y a ser mi mejor versión posible?, ¿Qué recursos, habilidades y fortalezas tengo para construir nuevas posibilidades para mi en el futuro?
Pensemos en historias nuevas que contarnos.
Fuente: https://bienestarconciencia.me/2018/02/01/carta-de-despedida-al-yo-que-no-fui/