La amabilidad de los extraños II

La amabilidad de los extraños II

//Por Margarita Tarragona//

¿Te ha sorprendido un desconocido con su amabilidad?

Hace tiempo escribí sobre una experiencia que me conmovió mucho cuando, estando de viaje, un desconocido tuvo un gesto muy generoso conmigo. Hoy me sucedió algo que nuevamente me recordó la famosa frase de  Blanche DuBois sobre la amabilidad de los extraños. Curiosamente también esto me sucedió en un viaje.

Me levanté  temprano para tomar dos aviones rumbo a un congreso en Los Cabos. Tenía que volar de Monterrey a la Ciudad de México y de ahí conectar con otro vuelo a Baja California. Resultó que el aeropuerto de Monterrey estaba cerrado por niebla y todos los vuelos se retrasaron. Cuando por fin abordamos el avión, una hora más tarde de lo previsto, las probabilidades de que pudiera alcanzar mi vuelo de conexión eran muy bajas, pero existía la posibilidad de lograrlo si al aterrizar pudiera bajarme del avión como rayo y correr para subirme al siguiente. Pero mi asiento estaba en la fila 23, casi en la cola del avión. Le pregunté a la sobrecargo si podría sentarme más adelante para que yo intentara alcanzar mi vuelo de conexión. Me dijo que no se podía. Un señor que estaba sentado en la primera fila nos oyó y me dijo “yo le cambio mi asiento “ . Sin conocerme ,estuvo dispuesto a sentarse en un lugar mucho menos cómodo para ayudarme.  Gracias a él yo ya tenía un lugar en la primera fila, pero no había espacio para mi equipaje de mano sino hasta la fila 9. Eso iba a retrasar mi salida.

Cuando aterrizamos faltaban diez minutos para mi conexión. Todos los pasajeros se pusieron de pie y me di cuenta de que no habría manera de caminar contracorriente por el pasillo nueve  filas para sacar a  tiempo mi equipaje. Miraba con desesperación hacia el lugar donde estaba mi bolso. Un joven que aparentemente me había oído al abordar, me miró y con un gesto me preguntó si esa era mi maleta. Asentí con la cabeza y él la sacó del compartimento y se la dio a quien  tenía enfrente , ella a la siguiente y así se la fueron pasando, por encima de sus cabezas varias personas hasta que la maleta llegó a mis manos. Los otros pasajeros me dejaron pasar, uno me “suerte, ojalá llegue” y salí corriendo del avión, sintiendo que si alcanzaba a  mi siguiente vuelo realmente sería gracias a un esfuerzo de colaboración.

No llegué a tiempo para el vuelo de conexión. Pero no me importó tanto.

Autor: Margarita Tarragona

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